Centro Terapéutico

¿Quién decide qué?

“Sociología y estructura social” es una asignatura del grado de Antropología Social y Cultural de la UNED. En la guía puede leerse que “pretende ofrecer a los estudiantes una visión rigurosa de los sistemas de estratificación social históricos y contemporáneos.” 

El libro de texto es “Estratificación social”, de Leire Salazar, Miguel Requena y Jonas Radl. Cuál no sería mi sorpresa al encontrar lo siguiente: 

Capítulo 1: Estructura social, desigualdad y estratificación social. 

Punto 3: Desigualdades sociales. 

3.2: Cuatro tipos de desigualdades sociales socialmente relevantes. 

Podemos definir de una manera muy general las desigualdades sociales como aquellas divisiones que sitúan a la gente en diferentes posiciones que facilitan o dificultan el acceso a recursos socialmente valorados”. Leyendo esto, pensaríamos que el género y la raza son dos de esas divisiones. Y tendríamos toda la razón: así aparecen recogidas en el libro. Aunque primero habla de las desigualdades económicas: “la importancia de estas desigualdades para la vida de la gente es de tal magnitud que dedicaremos el Capítulo 4 a estudiarlas de manera pormenorizada”. Después, de las desigualdades de clase, se dice que su análisis “constituye gran parte del resto de este texto.” Cuando llegamos a las desigualdades de género nos encontramos con lo siguiente: “Por falta de espacio, en este texto sobre estratificación social no estudiaremos de forma sistemática las desigualdades de género, aunque en la sección de lecturas recomendadas propondremos alguna referencia de utilidad”. Y para las desigualdades étnicas, la misma razón: falta espacio. 

¿No hay espacio? ¿Quién pone el límite? La UNED, desde luego, permite otros libros de texto mucho, mucho más extensos. Sin salir del primer curso del grado de Antropología, tenemos, por ejemplo: 

-Teoría sociológica clásica. 558 páginas. 

-Introducción histórica a la Antropología del Parentesco. 728 páginas. 

-Hablar y pensar. Tareas culturales. 560 páginas. 

¿Realmente alguien decide arbitrariamente que una asignatura cuatrimestral puede tener setecientas páginas y otra sólo doscientas cincuenta y dos? 

Supongamos que sí. En ese caso, ¿qué hay que hacer para solucionarlo? ¿Y por qué el espacio es para esas dos? ¿Por qué no estudiar, por ejemplo, las desigualdades étnicas y las de clase? ¿Se echaron a suertes las cuatro desigualdades y dedicaron el libro a las dos que decidió el azar? 

Supongamos que no. En ese caso, se me ocurren tres opciones: 

1. Decidieron no complicarse la vida hablando de tonterías, y pusieron la excusa del espacio para no quedar mal. Mejor pensar en algo breve, y puede que hasta medio creíble, que acabar dando explicaciones inverosímiles como aquella ofrecida en el 97 para encubrir la xenofobia del señoro Colom Marañón. De todo se aprende.

2. Nadie se ha dado cuenta de ese pequeño “detalle”. ¿Qué puede ser más invisible que las mujeres y las personas racializadas? 

3. Pensaron que sería suficiente con proponerlo en las lecturas recomendadas, como a las escritoras en la carrera de Filología, porque, como ya sabemos, todo el mundo se las lee, entran en el examen, y se estudian con el mismo rigor que el libro de texto oficial. 

Lamentablemente, esto no es nuevo. Hay otros muchos libros de texto donde sólo se hablaba de relaciones heterosexuales, “hombre” como genérico de “persona”, familias nucleares occidentales, salvajes estilo “conguitos” y europeos salvadores, por la misma razón: “por falta de espacio” para contar otras cosas. Consciente o inconscientemente, siempre las mismas. Luego dirán que el trauma racial es victimización voluntaria y que machismo hay en Irán.

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