Centro Terapéutico

Lina Wamba ilustración.

Habla ahora, o calla para siempre.

A raíz de la entrada en vigor de la Ley de protección de la infancia y la adolescencia frente a la violencia (conocida como Ley Rhodes) hemos presenciado un aumento alarmante, tanto en conversaciones privadas como en redes sociales, de opiniones contrarias a la extensión del plazo para denunciar.

“¿Qué sentido tiene denunciar veinte años después? ¿Por qué no lo dijo en su momento?”

¿Cambia en algo el delito? ¿Es menos grave una violación sólo porque han pasado X años desde que ocurrió? ¿Las víctimas no tienen derecho a denunciarlo cuando puedan?

Cuando puedan, sí. No se trata de desempolvar viejos conflictos por joderle la vida a alguien que ha seguido su camino sin pensar en lo que ha dejado atrás, sino de las circunstancias de cada persona y las herramientas con las que cuenta. 

Puedes leerlo de primera mano: 

“Cuando yo conté que había sufrido abusos sexuales durante muchos años de mi infancia, por suerte mi familia me creyó y me acogió bien, pero cayó la inevitable pregunta: “¿Por qué no lo contaste antes? Nosotros siempre te dimos confianza.”

Al principio me sentí mal por no haberlo contado, porque era verdad, siempre me dieron confianza. En casa se hablaba de todo y no recuerdo ningún tema que fuera tabú. Me sentía mal por no haber sido capaz de hablar, pero con el tiempo fui revisando ese malestar y encontré muchas cosas, muy dolorosas. ¿Por qué no lo dije antes? ¡Porque no podía!

Para empezar, en mi familia yo era la tonta. Y no es un decir: me llamaban así todo el rato. Muchas veces no me decían ni mi nombre, sino que preguntaban directamente “¿dónde está la retrasada?”. 

Recuerdo situaciones absurdas, como estar viendo una película y que alguien se diera un beso, y toda mi familia empezara a reírse de mí porque “mira como te gusta el sexo, como a todos los retrasados”. Ninguna de mis elecciones fue nunca buena. Y cuando hacía algo bien, porque era muy buena estudiante, por ejemplo, no era suficiente, porque cómo era tan retrasada que había sacado un 9 siendo una alumna de 10. Esa fama de retrasada era tan grande, que un día una vecina vio mis notas y se quedó impresionada, y dijo algo así como “Ah, mira, pero si la retrasada por lo menos sirve para estudiar”. A nadie se le había pasado por la cabeza que yo pudiera ser buena en algo. 

Yo era retrasada porque prefería quedarme en casa leyendo antes que ir al parque a jugar, o porque por mi cumpleaños pedía cosas “inútiles” como material para manualidades. Cuando me quejaba del trato que me daban, era retrasada porque no era capaz de entender que era “sólo” una broma. Incluso ya de mayor, era retrasada por no haber sabido encajar mejor esos comentarios. Básicamente, tenía baja autoestima porque yo quería, porque los insultos diarios y un par de motes ofensivos “no eran para tanto”. 

Con el tiempo he ido entendiendo que por eso no conseguí hablar de los abusos hasta veinte años después: simplemente, pensé que nadie me iba a creer. Él era un tipo muy simpático y cercano, y yo una niña retrasada que nunca hacía nada bien.”

Para ayudar a las víctimas a contar los abusos, es imprescindible generar confianza. Y la confianza no es decir “tú puedes contarme lo que sea” y esperar a que el universo haga su magia, sino actuar en consecuencia. ¿Cómo?

Tratando a la infancia con el respeto que se merece, sin ridiculizar ni minimizar sus experiencias, gustos y opiniones. 

Ofreciendo una educación emocional y sexual amplia, rigurosa y adaptada a la edad. 

Creando un apego seguro, basado en el respeto y no en la obediencia por miedo. Deben saber que jamás sufrirán agresiones. (Sí, “una bofetada a tiempo” también es maltrato). 

Evitando frases como “Si alguien te hace algo, le haré esto o lo otro”. Esto puede generar miedo a que alguien se meta en problemas “por su culpa”. 

Cambiando la frase “¿Por qué no lo dijo antes?” por alternativas constructivas, como “Qué bueno que al fin has podido hablar. Cuenta conmigo”. 

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1 comentario en “Habla ahora, o calla para siempre.”

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